La Ruta de los Conquistadores, la carrera ciclística más difícil del mundo.

MATINA, Costa Rica — Hay que seguir moviéndose, aunque sea unos centímetros más. Esa es la clave. ¿De qué otra manera podrían llegar a la meta los ciclistas de la Ruta de los Conquistadores, una carrera que se promociona como la más difícil del mundo? ¿De qué otra manera podrían conquistar una ruta sin misericordia que incluye subidas empinadas, humedad asfixiante, senderos selváticos llenos de lodo y ríos vertiginosos en los que, de vez en cuando, hay cocodrilos hambrientos?

Pero primero lo primero: si no siguen avanzando, ¿cómo atraviesan el puente?
El camino del tercer y último día de la ruta era plano y la meta brillaba en la distancia desde una playa de arena suave a menos de 32 de kilómetros. Pero antes de llegar los esperaba un último obstáculo: los competidores debían pasar por las vías del tren que cruzan varios puentes altos y debajo de los tablones están los ríos llenos de rápidos.
Las maderas están desvencijadas, resbaladizas por el aceite o tan lejos las unas de las otras como para que un cuerpo humano se caiga al río. Para atravesar el puente, cientos de ciclistas tuvieron que cargar sus bicicletas o rodarlas, mientras caminaban con cautela, en silencio y en fila india, como en una procesión.

No todos lograron manejar el estrés. Un ciclista al frente del grupo se atrevió a mirar hacia abajo y se congeló; de inmediato hubo un embotellamiento de competidores que solo querían seguir avanzado, aunque fuera un centímetro, porque el impulso les ayudaba a mantener el equilibrio. Un carrito de madera que estaba a la mano tuvo que rescatar al ciclista, un costarricense. El vehículo sirve para llevar a “los gallinas que no quieren caminar”, comentó Román Urbina, el fundador de la carrera.
Pero a medida que el carrito avanzaba y el cuello de botella se despejaba, la verdadera pregunta sobre la competencia no era cómo la iban a terminar los ciclistas sino… ¿por qué la empezaron?

Según Urbina, la carrera solía comenzar en el Océano Pacífico y debían atravesar todo Costa Rica hasta el Mar Caribe, siguiendo las rutas que tomaron los conquistadores españoles en el siglo XVI. Sin embargo, este país —famoso por su belleza natural, su follaje exuberante, sus guacamayas multicolores y las montañas cubiertas de niebla— ha crecido mucho desde que comenzó la competencia en 1993.

Ahora hay más edificios. Más autopistas. Más autos. Y eso significa menos vías para que los ciclistas atraviesen el país de costa a costa sin toparse con obstáculos infranqueables. La carrera de este año abarcó una distancia de 217 kilómetros, casi la misma de una etapa larga del Tour de France. Pero el terreno es lo que hace que la ruta sea tan complicada.

El año pasado, Urbina tuvo que modificar el trayecto de la carrera para evitar el ascenso agotador sobre los volcanes Irazú y Turrialba, un paso cubierto de ceniza y lleno de piedras afiladas. Los organizadores decidieron que el Turrialba había estado demasiado activo. No obstante, el desvío no fue más sencillo; Urbina encontró algo más exigente que escalar un volcán activo en bicicleta.

Así que el 2 de noviembre, la víspera de la carrera de este año, Urbina reunió a los ciclistas y, con su voz calmada, explicó que esta alteración había producido “la etapa más difícil en 24 años”. Había agregado un ascenso inverosímil al costado de una montaña.

A algunos ciclistas se les abrió la boca hasta casi tocar el suelo. Pero no a todos.
El 3 de noviembre, los competidores empezaron la carrera de tres días en la costa del Pacífico de Costa Rica. Un poco menos del 10 por ciento de los 343 participantes no llegó a la meta en el Mar Caribe. 

Ese día, en una habitación, estaba un recolector de plátanos llamado José Santos Miranda Blandón. De cabello rizado y piernas como pistones, es conocido como “Tinker Tico” por los que frecuentan la competencia.

José obtuvo su sobrenombre hace más de una década cuando conoció a David “Tinker” Juarez, un famoso ciclista estadounidense de montaña y BMX que competía en la Ruta Juarez y tenía rastas largas y negras. El pelo de Miranda Blandón se parecía, así que alguien le puso “Tinker Tico”, el Tinker Juarez de Costa Rica.

Se quedó con el nombre porque así lo quiso. Le gusta tener un alter ego.

En la vida real, Tinker Tico se gana la vida recogiendo plátanos. Vive en un dormitorio en un platanar del pueblo de Siquerres, a 96 kilómetros al noreste de San José. Ahora tiene 40 años y casi toda su vida ha vivido allí.

Tinker Tico enseñó su casa durante la semana de competencia. Un bombillo en el techo iluminaba ligeramente el espacio, una habitación de 3,5 por 3 metros con muros de madera contrachapada y suelo de concreto. Junto a un muro está una cama individual con un colchón delgado cubierto con sábanas deshilachadas.

Junto a otra pared había un refrigerador sin usar porque hacía mucho tiempo que no tenía refrigerante. En los muros y el techo polvoriento había afiches de ciclismo y discos compactos vírgenes de color plata, rojo y verde. Tinker Tico los había fijado con pegamento hacía años, en un esfuerzo por decorar su hogar.
José Santos Miranda Blandón, el ciclista conocido como “Tinker Tico” que vive y trabaja en un platanar, ha competido en la ruta cada año desde 2002. 
Está muy orgulloso de sus medallas de ciclismo: 36 preseas que cuelgan de una madera larga y delgada que está clavada en dos muros. La mayoría son de carreras locales, pero no tiene ninguna de finalista de la ruta, a pesar de que ha competido todos los años desde 2002.

“Siempre le regalo las medallas a la gente que me ha ayudado a entrenar o que me da equipamiento de ciclismo”, señaló Tinker Tico. “Me siento muy agradecido de que la gente me ayude para que pueda dedicarme a lo que realmente quiero hacer en la vida”.
Buscó detrás de una sábana que cubría un estante —su cajonera improvisada— y tomó dos camisetas delgadas y mugrientas y el pantaloncillo corto que usa en las plantaciones. Después negó con la cabeza. Sueña con dejar todo eso para dedicarse al ciclismo.

Durante muchos años, casi todos los días han sido iguales. Seis días a la semana se despierta a las 3:30 a. m. Llega a trabajar a las 4 a. m. para saber cuál es la tarea del día, ya sea recolectar o cortar. Como cortador, blande un machete para bajar los racimos de plátanos de los árboles.

Como recolector lleva cerca de 20 racimos en la espalda cada vez —casi 31 kilos— a una serie de alambres de metal que sirven de tobogán. Tinker Tico lleva un racimo tras otro, casi 200 en total, hasta que su día laboral termina a las 2:00 p.m. Por este esfuerzo, gana unos 250 dólares al mes.

“No es difícil”, señaló. Pero es la misma persona que insistía en que la ruta no era difícil. Mejor no le crean.

Las razones para que la gente participe en la ruta son tan variadas como los competidores.

Jamey Thompson, de Tallahassee, Florida, fue por el reto físico. Compitió con una bicicleta de una sola velocidad: una para todos los ascensos, descensos y obstáculos. Esto quiere decir que le gusta torturarse. Brent Sparkman, también de Tallahassee, ganó la carrera de 2011, un logro que le sirvió para mitigar el fin de su matrimonio.

Su actual esposa es Christi Sparkman, quien compitió en la ruta después de que se conocieron, y ambos tienen el tatuaje del logotipo de la carrera en sus pantorrillas. Este año, el hijo de 17 años de Christi, Chad Hale, también compitió y ganó en el grupo de su edad.

Alejandro Oporta, de 53 años y oriundo de Costa Rica, dijo que participaba cada año porque lo acerca a Dios. Tiene mucho que agradecer.

Cuando Oporta tenía 27 años, caminó a casa después de beber con unos amigos del trabajo y se desmayó sobre unas vías del tren. Despertó al día siguiente en el hospital con el brazo derecho destrozado. Un tren le pasó encima. Diez días después, le amputaron el brazo y el hombro derecho.

Esta discapacidad ha limitado enormemente sus oportunidades de trabajo porque es albañil, pero no le ha impedido terminar la ruta. Cada vez que nuestros caminos se cruzaron durante la carrera, sonreía y decía: “pura vida”. Es una expresión costarricense que se utiliza para expresar una variedad de sentimientos como “hola”, “adiós”, “estoy bien” o “la vida es buena”.
Alejandro Oporta, al centro, asciende una empinada colina durante el segundo día de competencia. A Oporta, de 53 años, le cuesta más escalar que a la mayoría de los ciclistas porque perdió el brazo derecho en un accidente cuando tenía 27 años. 
En cuanto a Tinker Tico, él compite por el futuro.

“La gente de aquí no conoce mi verdadero yo; nadie de aquí lo conoce”, señaló. “Pero en la ruta es diferente. Soy alguien más. Soy mi verdadero yo”.

El verdadero José Santos Miranda Blandón no fue de los que esperan en una fila larga y nerviosa para cruzar las vías del tren el día final de la carrera. Él ya había andado horas, después de haberse despertado más temprano que la mayoría de sus rivales para ir a un viaje de rafting opcional, con lo cual ganaba un bono de cinco minutos en su tiempo total. En ese momento, en el primer puente de esa zona que nadie conoce mejor que él, parecía que Tinker Tico iba a mejorar su tiempo aún más.

Mientras otros avanzaban a centímetros y se fijaban en cada paso que daban, él iba casi corriendo. Rebasaba a los competidores. Pasó al lado del carrito de la humillación; también pasó al lado de los muchachos locales que hacían clavados desde el puente y se burlaban de los ciclistas. Si Tinker Tico se resbalaba, no había barandas que evitaran que cayera. Pero en esas vías, con platanares detrás y delante, estaba dispuesto a arriesgar lo necesario para obtener lo que quería.
La meta fue una mezcla de euforia y agotamiento pero incluso ahí la carrera los atacó por última vez: muchos ciclistas que no pudieron montar su bicicleta por la arena tuvieron que llevarla en la mano hasta la línea final. 

El fin de la travesía

El objetivo de todos los que participan en la ruta, por lo menos a corto plazo, era llegar a la meta en la Playa Moín, a las orillas del verdoso Mar Caribe.

Sin embargo, no hay forma de terminar de manera elegante la carrera más difícil del mundo. El segundo día, un ciclista estaba llegando a la meta de la etapa y levantó su bicicleta en señal de júbilo, pero se quedó atorado de una enredadera.

El último día, muchos competidores se desplomaron en una curva cuando entraron a la playa y tragaron arena a unos metros del fin de la travesía. Otros dieron una o dos pedaleadas en la arena, pero después se rindieron y caminaron los nueve metros finales.

Un poco menos del 10 por ciento de los participantes no terminó la competencia (un hombre acabó en el hospital con un pulmón perforado después de que chocó en un descenso resbaloso).

Los que la completaron celebraron a su manera. Cruzaron la meta bañados en lágrimas de alegría. Se dirigieron a tumbos hacia sus amigos y parientes, posaron para fotos y recibieron besos y abrazos. Otros se alejaron aturdidos o cojearon hacia mesas de masajes. Algunos pocos tomaban sorbos de cerveza.

Un grupo simplemente dejó sus bicicletas y se fue a bañar al Caribe. Se quedaron durante mucho tiempo en el oleaje suave, sumergiéndose y emergiendo en un gran círculo mientras reían pensando cómo habían vencido a la carrera que intentó matarlos.
José Bravo se remoja en el Caribe, a unos metros de donde cruzó la meta. 

Tinker Tico estuvo en la meta más de una hora, alguien le dio la bandera del pueblo de Siquirres y a veces la ondeaba o la usaba de capa.

El día anterior, se volteó sobre el manubrio de su bicicleta en un choque, lo cual provocó que se le inflamara una parte del muslo izquierdo, que quedó morado y del tamaño de un plato grande. Pero después de terminar la carrera, caminó y caminó durante horas, hasta que se puso el sol, incluso después. De vez en cuando detenía a otros ciclistas para pedirles que firmaran su bandera con un marcador.

Había sido la mejor ruta de Tinker Tico, lo cual le valió un premio en efectivo de 150 dólares y una entrada gratuita, con valor de 550 dólares, a la carrera del próximo año. Fue el mejor día de su vida.

Mucho tiempo después de la puesta de sol, Tinker Tico dijo que se tomaría apenas unos días para disfrutar su logro, pero que eso sería descanso suficiente. Debía seguir en movimiento, seguir esforzándose.

“Realmente no puedo explicarlo”, comentó. “Simplemente estoy hecho para esto”.


Christian González en un momento de felicidad después de terminar el primer tramo de la carrera
















































































































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