Mujer víctima, feminista amonestada

En una calle de la provincia argentina de Entre Ríos hay un mural en el que se puede leer: “Las paredes se limpian, las pibas no vuelven”.


Lo pintó Micaela García. Tenía 21 años y su mamá le llamaba “la negra”. Tocaba la guitarra y era miembro de la selección de gimnasia aeróbica. También era una dedicada activista feminista. En sus fotos aparece en manifestaciones, sonriendo con una camiseta de #NiUnaMenos o dirigiéndose a otras como ella con un megáfono. Su cuerpo fue hallado desnudo, debajo de un árbol en un campo de Gualeguay. Había sido violada, golpeada y estrangulada hasta la muerte.

El día que encontraron a Micaela, otra activista argentina, Celeste Mac Dougall, escribió en su muro de Facebook: “Apareció el cuerpo de Micaela. ¡Basta! Hay que romper todo, abajo el patriarcado!!!! Está en todos lados. Pero nosotras también y lo vamos a destruir. Muerte al macho, a todos los machos”.


Celeste vive en Barcelona, pero nació en la misma ciudad donde violaron y asesinaron a Micaela. Caminó muchas veces sola por esas calles, pensando que era un lugar seguro.

El viernes, a solo dos semanas del asesinato de Micaela, fue encontrado el cadáver mutilado de Araceli Fulles, de 22 años, tras 25 días de búsqueda.
La Fiscalía busca a uno de los sospechosos de su asesinato, Darío Gastón Badaracco, de 29 años, que está prófugo. La casa donde fue localizado el cuerpo pertenecía a la madre de Badaracco.

Cada 18 horas muere una mujer en manos de feminicidas en Argentina. Ahora la alerta se extiende por toda la región.


Un informe del Instituto de Políticas de Género Wanda Taddei reveló que para mediados de febrero de este año se habían registrado casi 60 feminicidios en Argentina, y la cifra para todo América Latina ya ha aumentado respecto a 2016.


En el caso de Micaela, sin embargo, había un elemento sumamente perturbador: no sabemos si el violador en serie que la mató tenía idea de que estaba atacando a una feminista. Lo que sí es seguro es que, sin proponérselo, ha cumplido la promesa de sangre que cada día hombres anónimos hacen a través de cuentas en las redes sociales.

Cuando leen un post como el de Celeste, “matar al macho”, muchos hombres se dan por aludidos con ferocidad. Acusan al feminismo de ser una cruzada contra el hombre y no lo que es: una lucha contra el patriarca.


Barbijaputa, columnista de un diario español, se sorprende leyendo amenazas de muerte cada mañana mientras desayuna. Ha sido obligada a firmar con seudónimo por seguridad, pero igual le sorprende tener tan normalizada la lectura de descripciones detalladas de su propio asesinato, sin que se le mueva un pelo. “Alucino con su capacidad para crear fantasías tan gore, la verdad,” anota irónica. La constatación de que se saben impunes también viene en forma de tuit: “Denúnciame que yo me descojono del sistema judicial”.


Ver a machos violadores persiguiendo a luchadoras contra la violencia hacia las mujeres para liquidarlas parece el argumento de una versión de Blade Runner con enfoque de género que podría ocurrir en un futuro cercano. Pero lo cierto es que, de alguna manera, ya está pasando. En el espacio virtual, sin ir muy lejos, hay persecución, acoso, sed de venganza. Y no hay consecuencias.

La lucha de las mujeres es un fenómeno global y esa semilla reivindicativa se ha alojado definitivamente en cada mujer que sufre violencia. Inspirada por la marcha de NiUnaMenos en Perú, Milagros Rumiche, dependienta en una tienda de electrodomésticos, se atrevió a denunciar a su expareja. Al día siguiente de la marcha el sujeto fue a buscarla a su trabajo y la golpeó hasta desfigurarla. Los medios difundieron su carnet de empleada manchado de sangre. ¿No era ya esa mujer destrozada una nueva feminista, aplastada por atraverse a serlo? Despertar le costó una golpiza.

Cada mujer víctima que se ha atrevido a denunciar después de hacerse consciente de la violencia que se ejerce contra ella, y que es culpabilizada, acosada, golpeada o asesinada por ello, es una feminista amonestada.

Como ella, decenas de mujeres escapan cada día de las manos de sus maltratadores; unas cuantas se salvan, otras viven perseguidas, muchas son escarmentadas con más violencia o con la muerte. Y casi ninguna obtiene justicia. Para Celeste, “el ensañamiento es contra todas las mujeres y sobre todo de parte del Estado. Los jueces sueltan violadores y hay un pacto de silencio entre varones. Necesitamos justicia feminista”.

Cada mujer víctima que se ha atrevido a denunciar después de hacerse consciente de la violencia que se ejerce contra ella, y que es culpabilizada, acosada, golpeada o asesinada por ello, es una feminista amonestada.

La violación se ha convertido hoy en la madre de las reprimendas. La antropóloga feminista Rita Segato ha hablado del papel de la violación en el mundo contemporáneo, en todas sus variantes: la agresión sexual, la agresión íntima en el seno de la pareja, la violación anónima y callejera, la violación en la guerra. Se trataría, dice, de “un acto de moralización de la víctima”, porque el violador cree que ella se lo merece, “por desacato a la ley patriarcal”.


“No podemos hablar de crímenes sexuales. No hay deseo. Hay necesidad de control, de apropiación. Son crímenes de poder. Y cada vez más es un arma de guerra”, dijo hace poco en una entrevista. Pero Segato no ve que la solución pase ni por endurecer las penas ni por extremos como la castración química, porque violar no es una enfermedad sino una cuestión de dominio. En Estados Unidos las penas son las más severas y es uno de los países donde se perpetran más violaciones.

Asistimos a una espeluznante ola reactiva machista al empuje y la potencia del movimiento feminista en todo el mundo. Conforme ha aumentado la organización entre las mujeres, se han ido desencadenando también las represalias contra ellas. No es casual que el lugar donde está ocurriendo la mayor cantidad de abusos y asesinatos de América Latina, Argentina, sea el sitio dónde más se ha extendido su lucha: 70 mil mujeres en la última manifestación.

Según Barbijaputa, el ministerio del Interior de España ha apuntado que hay más feminicidios cuando la mujer se separa “demasiado rápido”. “Ese “separarse demasiado rápido”, aún siendo una manera de culpar a la víctima, está inevitablemente unido al feminismo y su mensaje: no tienes por qué aguantar. “Sí, creo que los agresores llevan mal y agreden de forma más virulenta la liberación de las mujeres”, afirma Barbijaputa.

El año pasado en España una pandilla de cinco amigos que se hacían llamar “la manada” violó a una chica de 18 años en el portal de una casa durante la fiesta de San Fermín y luego compartió el video del abuso por WhatsApp. Fueron capturados. Pero para un grupo de hombres su comportamiento parecer ser algo a qué aspirar, tanto que en una reciente fiesta de estudiantes de Derecho se puso de moda una camiseta con el siguiente mensaje: “Hoy follo, mañana a juicio”.

Entre las decenas de casos de todos los días que causan indignación también está el de los Porkys de México, chicos bien que abusaron de una menor de edad en el asiento trasero de su coche y ha creado una enorme alarma social en ese país. Un reciente fallo judicial sostuvo que uno de los acusados no cometió abuso sexual pues sus tocamientos no tenían “actitud lasciva”. La voz de la reinante cultura de la violencia sexual la entonó un catedrático de la UNAM en declaraciones radiales que causaron polémica de inmediato: “si no hay pene, no hay violación”. En Perú un video mostró hace poco la violación sexual de una mujer en una discoteca. El agresor fue aprehendido y durante toda la semana siguiente al hallazgo las redes se llenaron de comentarios que culpabilizaban a la víctima. Y mientras tanto en Argentina, el exlíder de la banda Bersuit, Gustavo Cordera, defendía un día cualquiera que “hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas”.

¿Por qué violan los machos? El miedo a perder privilegios, a perder ese lugar en el mundo en el que están legitimados el acoso bajo el eufemismo del piropo, de los chistes machistas por aquello del humor transgresor, del sexo conyugal no consensuado por haber firmado un papel, de la cosificación del cuerpo de las mujeres porque vende o el golpe justificado “porque eres mía”, del coito pornográfico porque es el único sexo que conocen.

En una entrevista, la escritora y cineasta feminista francesa Virginie Despentes dijo que estaba harta de que las mujeres tengamos reuniones entre nosotras para hablar de violación y que nunca estén ellos, cuando el problema es suyo.

“Se necesita urgentemente que los hombres se reúnan para hablar de cómo violarnos menos. No todos los hombres son iguales, pero tienen tantas ventajas quedándose tal y como están que prefieren no moverse”, dijo.

El testimonio de miles de mujeres en las redes se ha vuelto un arma contra la impunidad y un alegato feminista. ¿Para cuándo una página de violadores confesos, de abusivos arrepentidos, de machistas que cuenten sus actos execrables con nombre y apellido? Ya es hora.

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