Embarazo adolescente, tabaquismo, accidentes por manejar bajo la influencia del alcohol.

Hace algunas décadas, esos eran los mayores riesgos que enfrentaban los chicos y chicas de Estados Unidos y, en cierta medida, de todas partes.




Pero el mundo de hoy es distinto y la vida social y emocional de los chicos ha cambiado drásticamente. Los adolescentes de ahora han nacido enchufados a internet y viven con un teléfono en la mano. Llegan a la pubertad a una edad más temprana que generaciones anteriores. 


Encandilados por las pantallas, duermen poco y mal. Y, tras dos años de pandemia, millones de ellos atraviesan una soledad profunda.



Muchos jóvenes reciben información sobre los peligros de manejar en estado de ebriedad y de los métodos para prevenir el embarazo no deseado, pero no cuentan con guías claras para identificar un ataque de ansiedad o para lidiar con la depresión, los comportamientos compulsivos y la idea suicida. 


Entre 2001 y 2019, la tasa de suicidio de los estadounidenses de 10 a 19 años se disparó un 40 por ciento, y las visitas a urgencias por autolesiones se incrementaron un 88 por ciento.



“Este pico de tensión ha suscitado preguntas controvertidas”, escribe Matt Richtel, reportero del Times. “¿Esos problemas son inherentes a la adolescencia y simplemente pasaban desapercibidos antes, o sucede que ahora se están sobrediagnosticando?”.


El padre de una de las jóvenes consultadas para el reportaje es psicólogo clínico. En un momento dado, su hija adolescente intentó suicidarse cuatro veces en el transcurso de un mes. Allen relata que, como profesional, está acostumbrado a tratar casos de depresión. “Pero el terror absoluto de sentir que tu hijo puede no estar bien es una forma de comprensión que solo puede adquirirse a través de la experiencia personal”.


Pandemia íntima ayuda a sumergirse en esas experiencias en palabras de sus protagonistas. El trabajo de Matt, quien pasó más de un año hablando con jóvenes y sus familias, así como con expertos de distintas disciplinas, es un vívido retrato de las dificultades que atraviesan miles de jóvenes y de la zozobra de sus familiares, que no siempre cuentan con las herramientas adecuadas para ayudarles. 


“Escuché dolor, confusión y una búsqueda desesperada de respuestas”, dice Matt sobre su reportaje.  

Pero, dice que los muchachos y sus padres le dijeron que hablar era otra forma de comprender y también, tal vez, de ayudar a quienes pasan por una situación parecida.



Fuente: www.nytimes.com

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