Heladas negras y blancas: dos tipos de frío y una peligrosa consecuencia

Un frío muy seco como el que viene caracterizando el tiempo de los últimos días puede tener graves secuelas en los meses venideros, advirtieron especialistas. Las diferencias entre helada blanca y negra. Cómo repercute en vegetación.








Las alertas amarillas por frío extremo que vino emitiendo en estos días el Servicio Meterológico Nacional (SMN) no solo fueron para la Patagonia sino también para provincias como Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Santa Fe, Entre Ríos y hasta Corrientes, Salta, Catamarca, Tucumán, La Rioja, San Juan y Mendoza.


Cindy Fernández, experta del SMN, confirmó que “el aire, cuanto más frío es, más seco será. 


Es decir que mientras más caliente es el aire, más humedad puede tener, y mientras más frío es, menos humedad puede tener. Si en ese contexto de frío no hay nieblas ni nubosidad o evaporación desde el suelo, se forma lo que se llama helada negra”.




La helada blanca se produce cuando el aire está muy seco, pero tiene la cantidad de humedad suficiente como para formar escarcha, que da esa sensación de manto blanco. 


Esa escarcha es buena porque protege las plantas: ayuda a que no mueran porque el cambio de fase del agua genera una liberación de calor, lo que mantiene casi sin cambios la temperatura de la planta, salvo que la escarcha dure muchos días, en cuyo caso moriría”, detalló.


Ahora bien, “cuando esto no ocurre, lo primero que se congela es el agua en el interior de las células de las propias plantas. 


Molecularmente, los cristales de hielo, al ser pinchosos, van rompiendo las células al interior de la planta. Entonces, muere la célula y, en consecuencia, la planta. Se usa la expresión 'helada negra' porque, al morir, la planta toma una coloración oscura”, resumió Fernández.


“El aire que nos está afectando en estos días viene siendo extremadamente seco”, advirtió Fernández, pensando en esas heladas negras y su relación con futuros incendios.


Su mirada coincidió con la de María de los Ángeles Fischer, investigadora del Instituto “Clima y Agua” especializada en el monitoreo de focos de fuego, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).




Aludió a dos conceptos centrales para los meses que vendrán. 


La “senescencia” (o envejecimiento) de la vegetación y, también, de su potencial transformación en “combustible”.


“Es cierto que un frío intenso con este tipo de heladas, blancas o negras, y según el tipo -si son visibles o no- afecta la cobertura vegetal y provoca mayor senescencia de la vegetación. Es propio del invierno. 


Pero con este frío intenso, la cobertura sufre más senescencia que en un invierno leve y esa muerte de la cobertura vegetal, en el futuro, hará que haya más combustible disponible para futuros incendios”, remarcó.


“Por supuesto que la ocurrencia de un incendio depende de muchos factores (no solamente la cantidad de combustible), como el estado del combustible y que haya alguien que lo prenda o que estén dadas las condiciones meteorológicas que favorezcan la activación de esa fuente de ignición”, aclaró.


A la vez, “que un fuego se propague también depende de muchos factores, como las condiciones del viento o la ausencia de barreras físicas. 


Es el caso de la presencia de pendientes abruptas, que hacen que el fuego se propague y el foco aumente en gravedad. Hay muchos factores”, dijo.


Pero nada evita que “el frío intenso provoque la muerte de la cobertura vegetal, lo que hace que aumente el material seco y, en consecuencia, que se genere una mayor fuente de combustible futura”.


Se trata de un escenario potencial, ya que “todavía no hay ninguna estimación de incendios a largo plazo”, resumió Fischer. 


Sin embargo, considerando que el propio INTA viene advirtiendo una probable transición esta primavera de “El Niño” (fenómeno asociado a lluvias) a la “La Niña”, no estaría de más hacerse la idea. 


En materia de incendios, la segunda mitad de 2024 y el verano 2025 podrían tener sus ribetes, concluye el informe del diario Clarín.


Fuente: EO

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