El legado de Virginia Hall sigue siendo una lección de valentía

En los años más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa estaba envuelta en miedo y silencio, una mujer caminaba por los campos de Francia con una cojera que los nazis aprendieron a temer.



Su nombre era Virginia Hall, y la Gestapo la llamaba “la espía aliada más peligrosa”.


Tenía una pierna de madera, a la que llamaba cariñosamente Cuthbert, y una voluntad que ninguna herida podía quebrar. 


Rechazada por el Servicio Exterior estadounidense por ser mujer, decidió servir a su país de otra manera: infiltrándose entre las sombras.


En 1941, bajo identidad falsa y disfrazada de periodista, organizó redes de sabotaje, ayudó a cientos de prisioneros a escapar y transmitió información vital a los aliados.


Cada día ponía su vida en riesgo. Cuando la Gestapo distribuyó carteles con su rostro y la apodó “la dama coja”, Virginia huyó cruzando los Pirineos a pie, soportando el frío y el dolor en su pierna.


Pero no se rindió: regresó a Francia disfrazada de campesina anciana, para seguir coordinando ataques y descarrilamientos que debilitaron al ejército nazi antes del Día D.


Por sus hazañas, fue la única mujer estadounidense condecorada con la Cruz por Servicio Distinguido durante la guerra.


Tras la victoria, trabajó en la recién nacida CIA hasta su retiro.


Virginia Hall murió en 1982, pero su legado sigue siendo una lección de valentía: que incluso con una pierna de madera, una sola mujer puede poner de rodillas a un imperio.



Fuente: bancodedatos

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